Tecnología, libertad y
conciencia. Una mirada tradicionalista a Black Mirror.
La editorial de la Universitat
Oberta de Catalunya nos propone unas sugestivas reflexiones sobre los abismos
de la tecnología a través de una serie de textos coordinados por Jorge
Martínez-Lucena y Javier Barraycoa. Una colaboración entre ambos doctores por
cierta ya fecunda, en la estela del también muy recomendable ensayo El zombi y
el totalitarismo. De Hannah Arendt a la teoría de los imaginarios publicado en
el número 2 de Imagonautas, revista interdisciplinar sobre imaginarios
sociales. El hilo de las mismas lo constituye la serie Black Mirror, clara
metáfora de la tecnología digital, las redes sociales y el mundo
híper-conectado en el que vivimos. La serie plantea un conjunto de situaciones
de ciencia-ficción aparentemente distópicas, pero que resultan extraña y
alarmantemente familiares. Cada capítulo hace tomar conciencia de determinadas
amenazas a la naturaleza humana.
Desde unos enfoques analíticos
plurales que van desde la estética a la antropología, pasando por la
sociología, se interpela al sentido último y profundo de la mediatización de lo
humano y los límites de su libertad.
En una entrevista para el
suplemento Play Series Javier Barraycoa señala que lo más inquietante de la
serie es «que no pretende decirle al espectador qué está bien o que está mal,
simplemente ofrece las posibilidades que da la tecnología y no plantea una
alternativa para elegir. Hay varios capítulos en los que el protagonista parece
que tiene una opción moral a elegir sobre los efectos de la tecnología, pero
haga lo que haga se vuelve contra él». Aparte de este «determinismo
tecnológico» que anula la libertad humana, citas otros grandes temas que se
plantean en la serie: «el fin de la privacidad, la búsqueda insaciable de una
felicidad que la tecnología nunca podrá proporcionar, la espectacularización de
la realidad como control de la misma por ciertos poderes o el control social».
Al final, todo se resume en un
trasfondo común: «Lo que se pone en juego es un juicio sobre qué constituye la
persona y su dignidad, si podemos ser plenamente personas y relacionarnos con
otros o si la tecnología nos desposeerá de esa cualidad para convertirnos en
engranajes del sistema». Para terminar, Barraycoa confiesa cuál es su capítulo
preferido y por qué: «Sin lugar a dudas, The National Anthem, el primer
capítulo de la primera temporada. En el primer capítulo ya se ponen en juego
todos los elementos que seguirán latentes en toda la serie. Paradójicamente es
el más real pues la tecnología con la que se arma todo el argumento es la que
tenemos diariamente a nuestro alcance. Si ves el primero, indefectiblemente ya
te has enganchado».
A continuación extractamos una
parte de la ponencia El imaginario social del control mediático y tecnológico:
la distópica Black Mirror del profesor Barraycoa a las Actas – IV Congreso
Internacional Latina de Comunicación Social donde adelanta parte de las ideas
que desarrolla en este trabajo colectivo.
El control tecnológico y
mediático
El poder actualmente no genera
grandes directrices de propaganda explícita como hacían los regímenes
totalitarios antaño, sino que crea “estados de conciencia”, al decir de Manel
Castells. La creación de estos “estados de conciencia” son inducidos y no
explicitados. El poder ha desarrollado lo que se denomina la capacidad de invisibilizarse.
Este fenómeno sólo lo podemos entender completamente por comparación con las
viejas estrategias del poder. Al analizar el antiguo arte del poder, aparece la
figura del gigantismo: la construcción de grandes representaciones de los
monarcas, tiranos y gobernantes. La estatuas gigantes permitían que todo el
mundo lo viese y así el poder se hiciera omnipresente. En la actualidad el
poder asume otra lógica ya prefigurada en el famoso panóptico de Bentham. Este
artefacto, diseñado para cárceles y fábricas, permitía que el controlador viese
pero no fuera visto. Una derivación posmoderna del panóptico es el programa
televisivo del Gran Hermano, al que en la serie de Black Mirror se hace un
guiño. Todos nos convertimos en cómplices del poder al participar en la función
observadora del mismo. En la medida que aceptamos estos juegos, el poder queda
legitimado para observarnos también. Este proceso ya fue augurado y teorizado
por Guy Debord en La sociedad del espectáculo. El filósofo francés planteaba el
espectáculo como un concepto clave para entender cómo evolucionaría el
capitalismo, pasando de ser un mero sistema productivo a ser un sistema de
control a través de la creación de imágenes espectacularizadas de la realidad.
La sociedad, profetizaba, se iría espectacularizando hasta que no
distinguiéramos la ficción de la realidad. Con otras palabras, se iba a ir
crear de ella una imagen falsa pero indestructible. Si atendemos al origen
etimológico, descubrimos que la palabra espectáculo viene de espejo (speculum–reflejo).
El término speculum tiene un claro ascendente indoeuropeo que ha dado origen a palabras relacionadas con la visión como cinemascope, periscopio o, incluso, espectro (fantasma). El espectáculo –mediático, propio de cultura de masas y fomentado por el poder político- es una representación (falsa) de la realidad. Debord anunciaba que el capitalismo triunfaría sobre el comunismo, al ser capaz de crear una representación simbólica de la realidad mucho más potente. Mientras que la religión de Occidente y las ideologías atribuían un papel fundamental a la historia, en cuanto que desarrollo del destino humano, ahora ya no es así. Se ha producido una verdadera revolución en la mentalidad de los individuos pues han quedado devorados por el afán de espectacularización y de vivir el “presente” y en el “presente”. Creando una imagen falsa de sí mismos y de su existencia, los ciudadanos, en su inmensa mayoría, ya no se sienten partícipes de la historia de su comunidad. Su única proyección vital y existencial se limita a vivir espectacularmente su escaso tiempo de ocio, sea el del fin de semana o el de sus vacaciones anuales. La existencia se transforma en un simulacro, como ya previó Baudrillard, de tal forma que en nosotros ya se desarrolla el hábito mental de aceptar las propuestas de imágenes, como una realidad adecuada a nuestros esquemas mentales. La sorpresa de la espectacularización, sustituye a la especulación racional.
El término speculum tiene un claro ascendente indoeuropeo que ha dado origen a palabras relacionadas con la visión como cinemascope, periscopio o, incluso, espectro (fantasma). El espectáculo –mediático, propio de cultura de masas y fomentado por el poder político- es una representación (falsa) de la realidad. Debord anunciaba que el capitalismo triunfaría sobre el comunismo, al ser capaz de crear una representación simbólica de la realidad mucho más potente. Mientras que la religión de Occidente y las ideologías atribuían un papel fundamental a la historia, en cuanto que desarrollo del destino humano, ahora ya no es así. Se ha producido una verdadera revolución en la mentalidad de los individuos pues han quedado devorados por el afán de espectacularización y de vivir el “presente” y en el “presente”. Creando una imagen falsa de sí mismos y de su existencia, los ciudadanos, en su inmensa mayoría, ya no se sienten partícipes de la historia de su comunidad. Su única proyección vital y existencial se limita a vivir espectacularmente su escaso tiempo de ocio, sea el del fin de semana o el de sus vacaciones anuales. La existencia se transforma en un simulacro, como ya previó Baudrillard, de tal forma que en nosotros ya se desarrolla el hábito mental de aceptar las propuestas de imágenes, como una realidad adecuada a nuestros esquemas mentales. La sorpresa de la espectacularización, sustituye a la especulación racional.
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