La
soberanía contra el seny
Vivimos en tiempos de
tal indigencia intelectual y moral en la política, reducida un juego de
hiperexcitados sentimentalismos que ofuscan el más mínimo atisbo de
razonabilidad, que intentar aportar argumentos doctrinales es como echar
margaritas a los cerdos.
El centro de las
próximas elecciones al parlamento autonómico de Cataluña es el paradigma que
los nacionalistas han logrado imponer al resto de los partidos y a la campaña:
el de la soberanía. Sagaz labor fruto de concienzudos y bien pagados estudios
de ingeniería social y de violencia institucionalizada de bajo perfil que no
pretende otra cosa que tapar las vergüenzas de un régimen corruptocrático e
ideologizador. La soberanía ha desplazado al seny. Desplazando correlativamente al fundamento histórico de la
misma Cataluña.
Seguramente los que
unen el paradigma catalán a la soberanía desconocen que no puede existir un
término político tan diametralmente opuesto a Cataluña como el de soberanía.
Esa creación del absolutismo francés, enemigo histórico del pueblo catalán,
mereció la refutación teórica en los juristas catalanes; y práctica en el
devenir del pueblo catalán que se gobernó y organizó contra la soberanía y en
todas las ocasiones en las que se hicieron armas contra el pensamiento
revolucionario que vino de Francia, a contar desde la Guerra Gran.
Siguiendo al gran
Vallet de Goytisolo la mentalidad catalana fue tomista desde su nacer y esa
sensibilidad previa se muestra en las ideas de libertad, de pacto y de alcance
del poder monárquico. Francisco Canals apunta que el tomismo es el sistema
intelectual característico de la mentalidad catalana. En este sentido la obra
del más significado jurista catalán del s. XV, el gerundense Tomás Mieres,
cuando argumenta que carece de fuerza cualquier mandato legal contrario a la recta ratio (podrían contarse entre ellos todos los emanados, sin
excepción, de la falsa Generalidad nacionalista), que deben existir
limitaciones en el poder (choque frontal contra la concepción voluntarista y en
esencia totalitaria de la soberanía) y que el gobernante debe obrar de acuerdo
a la justicia, siendo su cometido el transformar en positiva la justicia
natural y el procurar paz y orden a los pueblos que rige (lo contrario de lo
que hacen quienes invocan la anticatalana souveranité,
dividiendo al pueblo y a
la sociedad). La línea trazada
por Mieres es la que inspiraba el derecho civil catalán, auspiciado por los
Reyes y violentado y desconocido por las oligarquías, que sin abusar del
paralelismo histórico bien se compadecen con la casta nacionalista actual. Esas
oligarquías intentaron quebrantar esos principios morales con sus malos usos, dando lugar a los alzamientos campesinos. Estos, pidiendo el
auxilio del Rey Fernando el Católico pudieron acabar con esas injusticias. Buen
ejemplo de cómo la potestas real
estuvo acompañada por la auctoritas. Los
Reyes no eran soberanos absolutos y su poder se encontraba templado y limitado.
Frente a ello la soberanía alude a un poder sin freno ético o moral, el más
zafio voluntarismo aplicado a las realidades temporales. Contra ese concepto de
soberanía, en la línea de Mieres, se alzó también el jesuita Juan de Salas
desde su cátedra de la Universidad de Barcelona, criticando furibundamente las
doctrinas del Renacimiento clásico tendentes a divinizar el poder del monarca y
a sustituir la omnipotencia de Dios por la del Estado. Éste, olvidando su
esencia y su fin, preterirá el contenido real de la libertad y se convertirá en
instrumento ideal para la implantación de los proyectos apriorísticos de las
más variadas ideologías.
El sistema intelectual
característico de la mentalidad catalana, que diría Canals, es el que pudo
fraguar unas libertades concretas y una tradición jurídica, esencialmente
patriarcal. Curiosamente uno de los actores del actual proceso de disolución
catalán desde el bando separatista y presumible socio de la lista corruptocrática
pone mucho énfasis en esa denuncia del patriarcado. Estas libertades aludidas
no quedaban en una noción abstracta, sino que formaban una idea objetiva de
justicia que cristaliza en múltiples detalles de las libertades concretas que
hicieron de Cataluña un baluarte realista de esa verdadera libertad que, como
afirma Elías de Tejada “sólo se encuentra en los pueblos que han logrado las
más exactas fórmulas de perfección política”. Esa es la esencia del seny catalán, de esa mentalidad secular
catalana que hoy ha sido borrado por ese hipersentimentalismo ramplón. La
preocupación por lo concreto, por lo práctico, frente al idealismo voluntarista,
frente a las construcciones de proyectos ideológicos, es la constante en la
obra de los juristas catalanes clásicos, en los que no se encuentran sistemas
construidos especulativamente. La función jurisprudencial se entiende desde el
mismo nacer de Cataluña al modo expresado por Torras i Bages como “cosa
esencialmente práctica, ejercicio de la virtud intelectual de la prudencia, que
consiste en el hábito de adecuar la regla de la razón a las exigencias y
necesidades de la vida”.
El seny ha muerto. El nacionalismo lo ha asesinado, con alevosía.
Salga lo que salga de las elecciones autonómicas del domingo no tendrá nada que
ver con lo poco que queda del seny y
de Cataluña.
Magnífico artículo. El seny ha muerto como realización política del bien común acumulado. Pero el seny vive. Vive en todos aquellos receptores de esa traditio que deben trabajar por la actualización de ese bien común heredado de nuestros mayores. Siempre hay esperanza. Pro Deo et Patria dimicantes manemus.
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