CARLISMO:
EL HOMBRE CONCRETO DE LA TRADICIÓN FRENTE AL INDIVIDUALISMO Y ESTATISMO LIBERAL
(…) el concepto de
comunidad, entidad de convivencia sobre un territorio concreto, con explotación
común de recursos y personalidad, instituciones y derecho propio. La red
cotidiana de relaciones a ese nivel, entendida como un espacio dinámico donde
negociar, admitir o contestar el dominio y la subordinación, distaba mucho de
la de un partido, pero podía llegar a ser muy operativa en los momentos de gran
tensión. Además, en las sociedades de la edad moderna un mismo hogar estaba
sometido a jurisdicciones distintas y a los lazos no siempre tipificados
oficialmente. Esta situación perduraba casi intacta en nuestro período.
El herrajero ubidiarra proletarizado por la competencia fabril, al que la ley ya no reconocía ni el estatus ni es el prestigio del maestro en su gremio, era a su vez feligrés de una parroquia condenada a la degradación como aneja; miembro de un municipio al que el Gobierno Civil presionaba para controlar el cumplimiento de un presupuesto, frente a las escasas partidas fijas y el recurso a derramas según criterios consensuados de la localidad; cabeza de un hogar que se concebía orgánico, con pautas de supervivencia guiadas por miras de linaje, frente al individualismo burgués; hombre de honor, conocido por sus hechos y apreciado por su palabra, valorada muy por encima de la identificación por cédulas personales y registros poblaciones que el Estado imponía; y posesor de derechos de uso de espacios en lo que lo público y lo privado se yuxtaponían, confundían o no se diferenciaban, del monte comunal a la sepultura eclesial. Con modificaciones, esto sucedía entre la inmensa mayoría del campesinado y de otros colectivos que indicaremos.
El herrajero ubidiarra proletarizado por la competencia fabril, al que la ley ya no reconocía ni el estatus ni es el prestigio del maestro en su gremio, era a su vez feligrés de una parroquia condenada a la degradación como aneja; miembro de un municipio al que el Gobierno Civil presionaba para controlar el cumplimiento de un presupuesto, frente a las escasas partidas fijas y el recurso a derramas según criterios consensuados de la localidad; cabeza de un hogar que se concebía orgánico, con pautas de supervivencia guiadas por miras de linaje, frente al individualismo burgués; hombre de honor, conocido por sus hechos y apreciado por su palabra, valorada muy por encima de la identificación por cédulas personales y registros poblaciones que el Estado imponía; y posesor de derechos de uso de espacios en lo que lo público y lo privado se yuxtaponían, confundían o no se diferenciaban, del monte comunal a la sepultura eclesial. Con modificaciones, esto sucedía entre la inmensa mayoría del campesinado y de otros colectivos que indicaremos.
Nuestro personaje era
asimismo sujeto fiscal acostumbrado a cargas por tramos sobre la riqueza inmueble,
que recaían –siquiera en teoría- en un tercio sobre los inquilinos, con fiera resistencia
contra las imposiciones directas sobre el patrimonio global; y comprador que
admitía las sisas sobre alcoholes, carne vacuna y abacería para librar de tasas
a los mantenimientos básicos; en ambos casos, con muy alto porcentaje de
reversión a la caja concejil. Quizá era padre de un mozo en edad de acudir a
filas, con probable destino al letal frente cubano si se permitiesen las
quintas. Con todas sus salvedades –servicios a la Corona, etc.-, la exenciones
fiscal y de sangre constituían una ventaja frente a las desigualdades del
impuesto sobre consumos y las levas en las provincias carentes de normativa
particular; las autoridades forales colaboraban en costear sustitutos para el ejército
y eran muy poco injerentes en las decisiones distributivas de los municipios
mientras se les aportase el monto convenido. Por fin, si un revés de fortuna
dejara a nuestro artesano en la indigencia, tendría ayudas honrosas hasta salir
del bache, sin la tacha de vagancia o incapacidad que caía sobre quienes se
acogían a la nueva beneficencia burguesa.
Esa compleja organización constituía el Fuero: no el código escrito ni las lucubraciones ideológicas, sino la práctica en la que se había sido educado y en que se educaba. Hábilmente, los notables carlistas identificarían su eliminación con el liberalismo.
Esa compleja organización constituía el Fuero: no el código escrito ni las lucubraciones ideológicas, sino la práctica en la que se había sido educado y en que se educaba. Hábilmente, los notables carlistas identificarían su eliminación con el liberalismo.
Clases
populares y carlismo en Bizkaia 1850-1872. Págs. 14-15.
Enriqueta Sesmero Cutanda. Universidad de Deusto.
No es nada raro que el 80% de la población fuera carlista, defendiendo la libertad concreta y real frente a los sofismas de los nuevos tiranos liberales que imponían a sangre y fuego el estado moderno. Mil veces mejor ser súbditos del Rey de las libertades que ciudadanos del estado tecnocrático del nuevo totalitarismo.
ResponderEliminarLuchemos por recuperar la sociedad orgánica y libre de la Comunidad política natural y cristiana frente al Leviatán de la selva del individualismo y el estatismo.