ESPAÑA,
EL CARLISMO Y LA I GUERRA MUNDIAL
Se viene conmemorando
desde 2014 el centenario de la Gran Guerra, sobre el que se han difundido los
más diversos enfoques retrospectivos. Sin embargo entre los propios carlistas
no ha llamado especialmente la atención dicha efeméride, la cual tuvo una serie
de consecuencias de decisiva importancia a nivel de organización interna. No
haremos un juicio sobre las mismas, nos limitaremos a ser lo más descriptivos
posibles y a plantear una conclusión sobre la importancia de la opinión
carlista a nivel social hace un siglo.
Manuel de Santa Cruz
señala:
"Durante
la Primera Guerra Mundial los carlistas, dirigidos en este punto por Mella,
estuvieron a favor de Alemania o por lo menos en contra de las simpatías
aliadófilas del monarca usurpador. En la Segunda Guerra Mundial se produce una
inversión en su actitud: estuvieron, si no directamente a favor de los aliados,
cosa imposible por el reciente apoyo de éstos a los rojos, sí, desde luego, y
decididamente, en contra de Alemania, que gozaba de las simpatías del Caudillo
y del Estado. (…) No fue decisiva en este punto la vinculación de Don Javier a
los aliados, porque estos ya contaron con la de Don Jaime III en la Primera
Guerra Mundial."
Apuntes y Documentos para la
Historia del Tradicionalismo Español (1939-1966). Tomo I, pág. 52.
Esta fundamental obra
sobre el carlismo más reciente nos da una idea cabal sobre la posición de los
carlistas en la IGM. Los carlistas eran conscientes de la debilidad de España
tras la tremenda crisis del 98. Y no se mostraron especialmente beligerantes.
Sin embargo en el complejo tablero de Estados liberales de fronteras estrictas
en los que había triunfado el paradigma de la soberanía popular y los
nacionalismos étnicos mostraron sus abiertas simpatías por los restos del Sacro
Romano Imperio, o el subrogado en que se había convertido.
Manuel Suárez Cortina
propone la siguiente distinción en torno a las simpatías de los españoles por
un bando u otro:
"Las principales voces
germanófilas del país eran las del clero, el ejército, la aristocracia, los carlistas y los mauristas. Por el contrario, los
partidarios de los aliados eran los regionalistas, los republicanos, los
socialistas, los profesionales de clase media y los intelectuales, que vieron
en la guerra un instrumento para forzar en España una transición hacia una
verdadera democracia."
La España Liberal (1868-1917). Política y
sociedad
Es necesario hacer una acotación a la denominación convencional en torno
a los bandos contendientes. Por resumir las posturas se habla de “germanófilos”
y “aliadófilos”, calificativos reduccionistas que requieren matices. El
carlismo se había mostrado en muy diversas ocasiones partidario del concepto de
latinidad que los poetas felibres empezaron a usar ( Aquí y Aquí ). Y se opusieron al
germanismo, entendido como encarnación de las ideas políticas y filosóficas de
la Prusia protestante (que en última instancia desembocarían en el
nacionalsocialismo). Ese nacionalismo pangermanista fue la principal lacra del
bando de los Imperios centrales, dificultando enormemente las gestiones para
conseguir la paz por parte de Su Majestad Imperial, Real y Apostólico el Beato
Carlos I de Austria y IV de Hungría.
Carlos I de Austria y IV de
Hungría, Emperador de Austria y Rey de Hungría, Bohemia, Croacia y Eslavonia,
Dalmacia, Galicia, Lodomeria, e Iliria
El carlismo que simpatizaba con el Imperio
Austrohúngaro, sumariamente se etiquetó como “germanófilo”. La
Gran Guerra tenía muy diversos frentes, cada uno de los cuales merecía una
atención determinada. Sirva como ejemplo que los monárquicos franceses se
alistaban dentro del ejército de la III República, que pese al laicismo de la
constitución estableció que capellanes católicos acompañasen a las compañías,
persuadidos del peligro de la “hydra germánica”, tal como denunciaba la Acción
Francesa. Don Javier y Don Sixto de Borbón-Parma, cuñados del Archiduque Carlos
y exiliados en Austria piden que les deje marchar al frente, intercediendo este
ante el Emperador Francisco José, que se lo permite, luchando en el ejército
belga. Otros dos hermanos, Don Félix y Don René lucharon con las tropas de
de los Imperios Centrales con la condición –que fue respetada- de no luchar en
el frente occidental contra las tropas francesas. Asimismo la
presencia de la Rusia zarista junto a los aliados por la tradicional amistad
con Francia, la de los otomanos con los Imperios Centrales y el estallido de
importantes cambios políticos durante el conflicto (revolución blochevique,
abolición del sultanato, etc.) complicaron aún más los posicionamientos netos. En España los diversos
posicionamientos son la extensión de una lucha de carácter doctrinal interna.
Los grandes anticlericales y partidarios del republicanismo unitarista y
antiforal como Alejandro Lerroux o Vicente Blasco Ibáñez son los principales
defensores del bando aliado, por su admiración a la Francia revolucionaria, que
los condecorará con la Legión de Honor. Sus simpatías respondían a un impulso
ideológico. Contra el que los carlistas reaccionaban, reconociendo en Austria
Hungría los últimos alientos de un orden político que se desmoronaba.
El Imperio Austro-Húngaro, la gran potencia católica de Europa
Interesa destacar el papel fundamental que jugó la prensa carlista en la
opinión pública y su influencia. El usurpador Alfonso (XIII) y su consorte británica María Eugenia, eran unos grandes partidarios de intervenir junto a Francia, pese a que estaba dirigida por
gobiernos republicanos de la peor calaña socialista y masónica. Así se lo hizo
saber al embajador francés. Su hombre de confianza, con el que compartía el
vicio de la pornografía, el Conde de Romanones desde el Diario Universal
emprendió una campaña muy agresiva contra la neutralidad de España: “Es necesario que tengamos el valor de hacer saber a
Inglaterra y a Francia que con ellas estamos, que
consideramos su triunfo como el nuestro y su vencimiento como propio”, repetía
como consigna.
La prensa carlista, que mantenía cientos de cabeceras por toda
España y seguía gozando de gran influencia y predicamento, daba la
contrarréplica. España tras los desastres del 98 se encontraba con la Armada
prácticamente devastada y un Ejército en decadencia y con la moral muy baja.
Haber entrado en la guerra, como deseaban usurpadores, liberales y socialistas,
hubiese supuesto un sacrificio absurdo. La influencia de la prensa carlista
sobre la opinión pública es, según Maximiliano Fuentes Codera (que estudia muy
detenida y documentadamente el tema en la obra España en la primera guerra mundial. Una movilización cultural)
determinante para que la dinastía liberal no embarque al país en una aventura
aliadófila y asegura la neutralidad de España. Señala dicho autor la tremenda
influencia que las opiniones de Vázquez de Mella y los periódicos carlistas
ejercen sobre la opinión pública, apelando a un proyecto geopolítico
panhispánico que tiene que pasar por la debilidad de Inglaterra para recuperar
Gibraltar frente al seguidismo anglófilo de los liberales.
Juan Vázquez de Mella
Los liberales,
asustados por el predicamento de las ideas de Vázquez de Mella, contestan con
un extenso manifiesto escrito por Ramón Pérez de Ayala que pretende salvar los
muebles ante Francia. Oyarzun, que vivió en primera persona los hechos, asegura
que muchas gentes, aun fuera del partido carlista, veían en Mella el guardián
de la neutralidad hispana, y dice del tribuno asturiano:
Mella
fue el apóstol de la neutralidad y el adalid magnifico de la causa de los
imperios centrales. Mella invocaba en sus propagandas el testamento de Carlos
VII, el recuerdo de la gran Isabel, el despojo de Gibraltar...
No había apenas discrepancias en la Comunión
Tradicionalista respecto a la postura neutralista y “germanófila”. Sería
extenso hablar de las razones del cisma mellista de 1919, achacable en gran
parte a Francisco Melgar, secretario de Don Jaime, y que tanto daño haría a la
causa carlista. Baste decir que en Guipúzcoa, Vizcaya, Valencia y el resto de
España, la mayoría de los tradicionalistas se fueron con Mella. Permanecerían
en cambio leales a Don Jaime la mayoría de los tradicionalistas navarros y
catalanes gracias a la resolución tomada por los periódicos El Pensamiento Navarro y El Correo Catalán, tras un periodo de
indecisión, puesto que desde sus columnas también habían se habían sumado a la
campaña germanófila. Gracias a Dios poco lustros después los mellistas volvían
al seno de la Comunión Tradicionalista.
Don Javier de Borbón, Príncipe de la Cristiandad
Por último destacaremos el importante papel diplomático
ejercido por Don Javier y Don Sixto de Borbón-Parma, cuñados del Emperador
Carlos, para buscar una paz con los aliados, principio que siempre guió al
mismo. Sin embargo la buena fe del Emperador se vio traicionada por los
republicanos franceses. Don Javier y Don Sixto eran miembros de la Casa de
Borbón y por tanto enemigos naturales suyos. Pese a la generosa oferta del Emperador
a Francia la guerra continúo.
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