miércoles, 24 de enero de 2018

La España vacía, el carlismo y sus confusiones

La España vacía, el carlismo y sus confusiones

En abril de 2016 vio la luz la primera edición de La España vacía, del periodista Sergio del Molino, que este 2018 ha conocido su undécima edición llegando a más de 50.000 lectores, cifra nada desdeñable en el actual panorama cultural.

Con narrativa ágil y buen dominio de la geografía y la historia el autor va enhebrando artículos con pretensión ensayística, la cual se ve truncada en ocasiones por un exceso de carga autobiográfica, anecdótica y retórica. Sin embargo ha sabido poner la atención sobre un tema capital: la actual desolación de amplias zonas rurales de España, su muerte social y demográfica. Su gran éxito comercial es sin duda fruto de un hecho que el autor ha sabido sagazmente identificar y que repite a lo largo del libro: “la España vacía vive en la España llena”. Es decir, muchos españoles han visto en sus artículos un eco de sus orígenes o remotos recuerdos de una geografía sentimental que dejaron atrás. Muchas ideas sobre este abandono están bien apuntadas, como en lo tocante al nefasto impacto de la desamortización, aunque en otros casos se abusa de demasiados lugares comunes, sin redondear las tesis. Se propone un precario equilibrio dialéctico sobre la tradición de aquellos lugares, concediendo por igual sabiduría como ignorancia, felicidad como tragedia a la vida rural.

La aceleración del abandono y destrucción del campo español tiene uno de sus orígenes en la política de los gobiernos liberales del siglo XIX, cuando se implantó el centralismo burocrático de la burguesía plutocrática; la política de comunicaciones con las vías radiales, las desamortizaciones de los bienes comunales (el procomún), y el sistema tributario, con una mentalidad poco encubierta de aislar y asfixiar las comunidades rurales que entendían en su prejuicio ideológico eran custodio de atavismos seculares que  se oponían al nuevo mito moderno del progreso. Proceso de masificación, proletarización, individualización y ruptura de los lazos naturales, vínculos, arraigos a la tierra, a la propiedad real, a las tradiciones y al sentido comunitario y popular.

Nos interesa particularmente lo escrito en el capítulo VII, Manos blancas no ofenden. En el mismo se esbozo un acercamiento tipológico y costumbrista a Navarra, lo que le sirve para glosar una visión del Carlismo contextualizado en la temática general del libro.

El carlismo fue montaraz en un sentido no figurado. Fue la argamasa y el podio que dio autoestima a una España que se sentía morir por unas ciudades babilónicas y bárbaras, fue la venganza de una España que empezaba a vaciarse contra una España que empezaba a llenarse, y me parece significativo que una de las personas que pusieron a calentar el horno carlista fuera un fugitivo del arado[1], alguien resentido y que probablemente deseaba la muerte de aquellos presuntuosos burgueses y condes que se burlaban de su acento y sus manos ásperas.[2]

El desarrollo de esta tesis incurre no obstante en un cierto determinismo de sentido contrario al que el mismo autor advierte al referirse a las presuntas leyes de la Historia que enunciara Hegel. Dándole la vuelta al argumento hegeliano de que las fuerzas de la historia son tan poderosas que se manifiestan al margen de las personas que accidentalmente las sufren y viven el autor pretende que esos mismos hechos históricos no hubiesen sido posible sin el concurso del mundo rural. Lo que sin dejar de ser cierto es un enfoque parcial y reduccionista. Fueron las clases campesinas las más damnificadas por los golpes de Estado del liberalismo, sin duda. Pero seguramente en el momento germinal del movimiento carlista, que es donde sitúa la narración aludida, no fueron las más determinantes a la hora de los alzamientos carlistas, pues hasta años después los liberales no tuvieron la fuerza suficiente para imponer sus cambios revolucionarios: el pago de tributos en moneda en lugar de en especie y sobre todo la criminal desamortización. Hechos que los analistas más doctos podían intuir, pero que no servían para justificar un movimiento armado determinado en una exclusiva clase social o territorio. Una visión parcial que alimenta cierto mito romántico y que en virtud de su falta de consistencia puede determinar una lectura muy superficial del carlismo que llegue hasta alimentar la fantasía del carlismo como antecedente del nacionalismo, tesis a la que el propio autor del libro se apunta en alguna entrevista.
El carlismo es el movimiento interclasista por excelencia, seguramente de toda la historia política reciente. Fruto de la concepción armónica (que no ideal ni perfecta) y orgánica de las jerarquías tradicionales en el Antiguo Régimen. Pese a sus disfuncionalidades mostró ser un modelo mucho más integrado que el del liberalismo. Por eso no se puede realizar una lectura simple y lineal del carlismo como “ricos contra pobres” o “campo contra ciudad”. Particularmente en los albores de la Primera Guerra Carlista. Desde el funcionario de Correos que da el primer grito de “¡Viva Carlos V!” hasta el sostenimiento de la Causa por importantes militares de carrera, ejemplo paradigmático el General Zumalacárregui, el carlismo se extiende tanto entre gentes instruidas como a trabajadores manuales y pequeños artesanos, en el proceso álgido de la industrialización, el carlismo era multitudinario entre núcleos obreros como entre la propia patronal, todos hacían armas en defensa de una concepción trascendental y sacral de la comunidad política, en una realidad vivida que constituía una auténtica civilización frente a las pretensiones revolucionarias, que no dejaban de sentirse también en la España rural. Y si esas pretensiones eran minoritarias en el campo igualmente lo eran en la ciudad. En última instancia el enfrentamiento a un ejército regular de forzados con el concurso de otros cuatro ejércitos extranjeros y quizás el exceso de piedad de Don Carlos al no querer entrar a sangre y fuego en Madrid es lo que explica el triunfo de las armas liberales, más que los determinismos de orden rural o territorial.

Pese a ello no deja de ser sugestivo una aproximación al carlismo desde el enfoque campesino, siempre que se haga de forma ponderada y sin perder la magnitud del todo. En este sentido el propio autor reconoce que el carlismo no era ni mucho menos un mundo iletrado e incluso, para desmentir la visión excesivamente rural del mismo alude al Marqués de Cerralbo, uno de los aristócratas más finos de Madrid, De este escollo pasamos a una aproximación al carlismo en su vertiente romántica, con el ejemplo de Ciro Bayo, a cuyo espíritu aventurero achaca su alistamiento con los carlistas porque eran valientes, insobornables, nobles y viriles. Dicha arquetipificación la combina con el elemento de melancolía colectiva y con una cierta moral de derrota que hace que el carlismo pase a la posteridad con un halo de purismo ante la degeneración del mundo moderno, y particularmente de la ciudad. Ese diagnóstico incluso ha generado un cierto conformismo autorreferencial en ocasiones en el interior del propio carlismo, pero representa una nueva confusión reduccionista de un fenómeno de perfiles mucho más extensos.

En definitiva el aludido contexto de la obra no puede evitar demasiadas simplificaciones, con lo que el carlismo casi quedaría reducido a un mero recurso retórico, pese a la, en general, aceptable documentación que el autor maneja en torno a fechas, personajes y espacios. Quizás eso sea lo más destacable, que no se cometan errores de bulto en una obra generalista cuando se habla de carlismo, por más que las conclusiones y aproximaciones del autor resulten parciales.



[1] Se refiere a Calomarde.
[2] Sergio del Molino, La España vacía, Pág. 201, 10ª Edición.

7 comentarios:

  1. El primer carlismo fue mayoritariamente campesino por la sencilla razón de que España lo era en su gran mayoría a mediados del siglo XIX, aun así los artesanos y otros oficios estuvieron muy presentes entre los seguidores de Don Carlos; y al entrar los carlistas en en grandes ciudades como Córdoba o Oviedo el entusiasmo de las clases populares y urbanas fue enorme para las tropas carlistas; la dinámica militar limitó la influencia a determinadas zonas geográficas y rurales, pero eso no debe cegarnos del apoyo y simpatía general en toda España por la causa carlista.

    Posteriormente también desarrolló el carlismo una presencia notable en los ambientes obreros y populares, que culminarían en la creación de los Sindicatos Libres de gran fuerza en Barcelona. La presencia obrera y popular en el carlismo lo puede ilustrar esta anécdota:

    FONTANA, José María, Dos trenes se cruzan en Reus, Acervo, Barcelona, 1979, pp. 339-34

    «En Reus había también obreros "de derecha" (...) en primer lugar los militantes del carlismo; guarecían en el "Centro Tradicionalista" (...), iba por
    allí algunas veces (...) el ambiente era netamente proletario y militante, a tal extremo que los ricos de Reus daban una discreta vuelta para no pasar ni por su acera
    (...) no se atrevían con ellos ni siquiera los marxistas (...) La afinidad proletaria hizo
    que los odios contra ellos fueran sañudos..."

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  2. La única clase prácticamente ausente del carlismo es la burguesa, el "burgués" es el prototipo del hombre "moderno", larvado ya de agnosticismo y ateísmo práctico. Clase social que pilotó el proceso secularizador y la revolución liberal, clase desarraigada de la Tradición, sus instituciones y valores, sustituidos por los nuevos principios del liberalismo: el individualismo, el utilitarismo, el culto al Oro, a la comodidad.

    El burgués no tiene ni Dios, ni Patria ni fueros ni Rey. Su dios, su patria y su rey es el becerro de oro del Dinero.

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  3. El centralismo burgués concentró todo el poder y la riqueza preferentemente en Madrid, Barcelona y Bilbao, saqueando al campo a través de un sistema tributario confiscatorio. Al fomentar la acumulación y concentración de la propiedad en las pocas manos de la burguesía, en particular con las diversas leyes de desamortización, que arrebataban a los pueblos las tierras y otros bienes comunales, condenó al mundo rural a la pobreza, al hambre y como consecuencia a la despoblación masiva. Frente a esta situación el carlismo tubo elementos evidentes de cierto llamado “Socialismo blanco” basado en una defensa del corporativismo, los bienes comunales y el foralismo.

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    1. "En España la liquidación del Antiguo Régimen se efectuó mediante una alianza entre la burguesía liberal y la aristocracia latifundista, con la propia monarquía como árbitro, sin que hubiese un proceso paralelo de revolución campesina. Lejos de ello, los intereses del campesinado fueron sacrificados, y amplias capas de labriegos españoles (que anteriormente vivían en una relativa prosperidad y vieron afectada su situación por el doble juego de la liquidación del régimen señorial en beneficio de los señores, y del aumento de los impuestos) se levantaron en armas contra una revolución burguesa y una reforma agraria que se hacía a sus expensas, y se encontraron, lógicamente, del lado de los enemigos de estos cambios: del lado del carlismo. Así se puede explicar lo que con el esquema francés resulta inexplicable: que la aristocracia latifundista se situase en España del lado de la revolución, y que un amplio sector del campesinado apoyase la reacción. No podría entenderse correctamente la importancia que el carlismo tuvo en el siglo XIX español, si se ignorase esta raíz de revuelta campesina (no de revolución, puesto que carecía de soluciones para el futuro), y que quisiese reducirlo al discutible y trivial problema jurídico de la sucesión, o al entusiasmo que pudieran suscitar personalmente tío y sobrina, que allá andaban uno y otra en cualidades de gobernante. Eran dos concepciones distintas de cómo debía estar organizada la sociedad las que se enfrentaron en unas guerras civiles sangrientas, que fueron mucho más que una simple pelea entre frailes montaraces y conspiradores de logia, como algunas caricaturas, de uno y otro lado, pretenden. Y en esas concepciones contrapuestas de cómo debía organizarse, el problema de la tierra ocupaba un lugar central".

      Josep Fontana, "Transformaciones agrarias y crecimiento económico en la España contemporánea", en Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX, Ariel, Barcelona, 1975, pp. 162-163.


      Pi y Margall, dijo al respecto:

      “...la falta de visión de los liberales respecto a la política agraria y la realización de la desamortización, vincularía a numerosos sectores campesinos a la Causa de don Carlos, entendida como movimiento campesino frente a la “ciudad”, que les oprimía con sus contribuciones en metálico, más difíciles de soportar que los antiguos diezmos en especie”.

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    2. Fontana cae en el prejuicio moderno al no entender que las clases populares fueran contrarevolucionarias y si tenían un proyecto político coherente de futuro basado en la Tradición, eso hace que reduzcan el fenómeno carlista a sus esquemas ideológicos reduccionistas. La continuidad temporal del carlismo y su fuerza popular hasta hace pocas décadas desmienten su simplista y materialista visión .

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  4. El carlismo NO es un movimiento "romántico", ni tiene una mirada "romántica" sobre el pasado y la realidad. No se puede reducir de ninguna manera a un único factor social (campesinado) o territorial (Navarra- Cataluña central) en un prisma reduccionista e idealizado. El romanticismo tiende desde una idealización del pasado y un pesimismo por un fracaso histórico no asumido a imponer una visión positivista e inmanentista de la historia y la realidad, distorsionando los fenómenos históricos. Hubo carlistas campesinos, artesanos, obreros, nobles, clérigos, hidalgos etc… unidos en una misma cosmovisión global y propuesta de futuro que no distorsiona una realidad a la manera del "fatalismo romántico", incapaz por otra parte de cualquier restauración. El romanticismo encuentra su alimento en la mitificación de algunas realidades históricas, proyectadas más allá y, si conviene, en contra de la pluralidad y complejidad de los hechos históricos mismos.

    El romanticismo consiste esencialmente en la sublimación de un fracaso no asumido.

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    1. Exactamente, Sergio del Molino pretende proyectar una imagen "romántica" del carlismo y por tanto fatalista, reduccionista y por lo mismo falsa.

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