sábado, 18 de junio de 2011

Democracia-cristiana (IV): enfangados en la partitocracia

Se puede decir que esta tendencia refleja el racionalismo de la revolución. El racionalismo, como ya hemos visto, tiende a negar realidad efectiva a cualquier institución o estructura que no pueda deducirse de una igualdad matemática. Por lo tanto, los demo-cristianos, así como los liberales no-cristianos, niegan una representación política a la familia. De idéntica forma que la familia pierde su carácter sagrado y sacramental, en el Estado liberal y demo-cristiano pierde a la vez su voz en los asuntos de la patria. La familia es un semillero cuyo papel en la vida social se restringe a producir un número de individuos para el Estado igualitario. Aunque los demo-cristianos nunca expersarían el asunto con esta crudeza radical, su postura política se reduce a la misma cosa. El ataque contra el sacramento del matrimonio concuerda perfectamente con el ataque contra la naturalidad de la representación social y política por parte de aquella sociedad que no solamente es la base de la comunidad y la cuna de todas las virtudes, tanto cívicas como religiosas, sino la entidad social dentro de la cual la inmensa mayoría de todos los hombres viven y mueren.

En resumen: el demo-cristianismo, por haber aceptado la doctrina revolucionaria que se empeña en organizar el Estado alrededor de partidos políticos formados por individuos aislados y desvinculados de cualquier otra sociedad, niega el papel político de la familia.

También niega el papel de la región y de otras instituciones sociales, como, por ejemplo, la Universidad. Pero hagamos hincapié en esto: el demo-cristianismo no niega la existencia de la familia, de la región, de la universidad y del sindicato. Tal negación sería ridícula ya que dichos organismos existen y funcionan dentro de cualquier país occidental, aunque algunos de ellos se encuentran actualmente muy debilitados por la hostilidad y tiranía de un siglo y medio de liberalismo. Tampoco niega el demo-cristianismo un papel privado a estos organismos. Pero lo que sí afirma el demo-cristianismo es que estas instituciones no deben representar políticamente, o, por lo menos, si quisiesen encontrar una representación tendrían que encontrarla a través de los partidos políticos. Por ejemplo, si los miembros de un sindicato tienen una queja, ¡que busquen un remedio a través de un partido, pero que no hablen políticamente como tal sindicato! Si los catedráticos quieren proponer una reforma de la enseñanza, ¡que lo hagan a través de un partido político, pero no como tales profesores! Por lo tanto, todos los organismos normales de la comunidad política- y por “normales” queremos decir los organismos que ya están ahí como componentes necesarios de la comunidad, tiene que buscar una representación política a través de un grupo de partidos que no son componentes naturales de toda comunidad civilizada. Un país puede existir sin partidos políticos, pero no puede existir sin maestros y profesores. El demo-cristianismo ha aceptado lo que es accidental y no-necesario como si fuese necesario, y ha negado una voz política a una serie de organismos y sociedades infrasoberanas que forman parte de la sociedad y que son absolutamente necesarios no solamente para el bienestar, sino, en gran parte para su ser.

Si quisiéramos dejar aparte todos los asuntos secundarios que separan el demo-cristianismo de la Tradición, para concentrarnos sobre lo esencial, sobre el tajo desgarrador que divide los dos pensamientos, lo encontraríamos en los siguiente: la Tradición quiere edificar una política sobre lo que esta ahí, delante del hombre, mientras que el demo-cristianismo quiere imponer lo que no existe, a fin de dejar aparte o de ignorar lo que existe (...) la Tradición reconoce la realidad de lo que existe naturalmente dentro del cuerpo político y, por lo tanto, desea estructurarlo alrededor de esta naturalidad, compuesta de una red de sociedades y organismos con sus propios intereses y su propia contribución para el bien común de todos.




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