El carlismo preparó la insurrección en defensa de la Religión y la Patria
LAS LÍNEAS
ROJAS DE ROMA
Estoy leyendo el libro de don Víctor Manuel Arbeloa,
titulado “La Minoría Vasco-Navarra”, editado por el Gobierno de Navarra. Su
seriedad y densidad documental podrían restarle amenidad. Pero no, porque la
aportan las similitudes de aquellos años con los que nos esperan. Ya señalé en
estas páginas que latía en su relato la disyuntiva de, o apostasía o Guerra
Civil, que nos llevaba a buscar para el próximo futuro estrategias y tácticas
contra la apostasía que no fueran sangrientas como la guerra. Formando parte
todo eso de una movilización general de los católicos. Vid. SP’ del 16-1-2016,
pág. 11.
La Segunda Republica empezó desde el primer momento con una gran ofensiva
política en el congreso y en todo el país a cargo de laicistas, ateos e
izquierdistas, para redactar una nueva Constitución que fuera aconfesional y
además disolviera las Órdenes Religiosas. Surgió entonces en el País Vasco y en
Navarra una coalición para hacerles frente formada por diputados carlistas,
foralistas y algún independiente, todos fervorosos católicos, que se llamó la
‘Minoría Vasco-Navarra’. Arbeloa recoge fragmentos de aquellos enfrentamientos
dialécticos en el Congreso. Los católicos de la tal Minoría resistían y
atacaban en los debates parlamentarios pero sin aludir explícitamente a que
estaban dispuestos a llegar a empuñar las armas. No lo decían, pero estaba en
el ambiente y todo el mundo lo pensaba. Los laicistas sí que lo dijeron con
tonos de denuncia clara y explícitamente. Y reforzaban su oposición a una
solución católica afirmando, con intención disuasoria, que la Santa Sede no
apoyaría una acción guerrera de los vasconavarros. Transcribo literalmente de
la página 81:
“Intervino el prestigioso jurista catalán Amadeo Hurtado. En términos velados comparó la actitud ante la Monarquía y la Dictadura de dos cardenales españoles tan distintos como Segura, desterrado de España y Vidal y Barraquer que no solo conoció a la Republica, sino que puso toda su influencia moral para conseguir que la Republica ya instaurada se afirmará y fuera respetada por todos sus fieles. (…) Se dirigió después a la Minoría Vasco Navarra, no para darles un consejo, sino solo una indicación: su integrismo católico y su deseo de mantener o de restaurar el principio de la unidad católica, que les haría negar las libertades de otros, no tendría la adhesión del Vaticano. (…) Por eso se permitía decirles a los vasconavarros que, si se les pasaba por la mente la idea de contestar la irreligiosidad de España con una Guerra Civil, -algo que se les achacaba-, tanto como la protesta del país liberal caería sobre sus cabezas la condenación del Romano Pontífice. (Rumores)”.
En el libro de Arbeloa hay varios párrafos análogos más, muy sabrosos, que siento no reproducir por falta de espacio.
Libro imprescindible sobre los fundamentos de la relación entre política y religión
Que los católicos no serían respaldados por la Santa Sede era una increíble paradoja, que puede volver en el futuro. Los católicos protagonistas directos de un futuro próximo deben meditar en esa posibilidad. Había antecedentes y después, confirmaciones. Antecedentes fueron los intentos del Papa León XIII de trasplantar su “ralliement” impuesto a los franceses a España. Después el abandono a los Cristeros mejicanos. Confirmaciones posteriores han sido el apoyo de muchos eclesiásticos (por no decir Iglesia) a las retiradas de la CEDA, el apoyo a los católicos franceses que ayudaban a los rojos y hoy a los del Partido Popular. En los albores del Concilio me contó Don José María Valiente, Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista, que había tenido un cambio de impresiones con un religioso famoso. Valiente se desahogó contándole que estaba atenazado porque unos carlistas estaban a favor y otros en contra de Franco. El religioso le contestó que no dudara en apoyar a Franco, “porque es el único que nos defiende del Vaticano”. ¡Sic!
La persecución empezará en cuanto se forme, al fin, un
nuevo gobierno y se debata la reforma de la Constitución. Los católicos
magnánimos que se enfrentaran decididamente al laicismo por todos los medios,
“incluso los legales” (según la famosa broma de Maurras), verán que se forma un
segundo frente de católicos cobardes que se escudarán para claudicar en las
debilidades y tibiezas de Roma. Habrá que recordar que el magisterio papal se
divide en infalible y ordinario y que de este último cabe discrepar
respetuosamente después de maduro estudio. Ya el Papa Pío XII habló, aunque
poco, de la legitimidad de una opinión publica dentro de la propia Iglesia.
Dios dirimirá la cuestión, no sabemos si como lo hizo el 18 de julio o de otra manera. En cualquier caso, nuestro deber es “velar y orar” con las botas puestas.
De SANTA CRUZ, Manuel. “LAS
LÍNEAS ROJAS DE ROMA”. En Siempre P´alante 757 (2016), pág. 3.
Sobre el autor del libro
comentado, Víctor Manuel Arbeloa, podemos señalar que se trata de un muy buen
conocedor de la historia y la realidad del carlismo, la cual vivió muy desde
dentro en su propio hogar. Nacido en Mañeru, “el pueblo más carlista de
España”, su padre, requeté, perdió la vida en la guerra. Ordenado sacerdote
desde su preocupación por los temas sociales se acercó al PSOE y a movimientos
democráticos. Sufrió varias condenas, multas y detenciones por parte del
Tribunal de Orden Público por sus artículos periodísticos y actividades
sociales y políticas izquierdistas. Si hubiese creído que el carlismo podría
asumir una escisión ideológica hacia el socialismo progresista, lo habría
tenido muy fácil para militar en él, sin embargo, pese a sus muchos afectos
hacia el carlismo entendió que la escisión de Carlos Hugo no pasaba de ser una
torpe jugada política instrumentalizada por la izquierda y los nacionalistas.
Arbeloa nunca quiso participar en esa instrumentalización y pese a las insistentes
invitaciones de la camarilla de Carlos Hugo no quiso nunca acudir al Montejurra
“progresista” ni jamás admitió en sus análisis históricos que la escisión
ideológica de Carlos Hugo fuese apoyada por el pueblo carlista.
Políticamente militó en el PSN,
al cual llevó a los mejores resultados de su historia, tras zafarse de la
corriente pannacionalista que había dentro del mismo, y sólo la corrupción del
caso Urralburu (que a él no le afectó personalmente) hizo que perdieran las
mayorías.
Puso su prestigio como escritor y
fino investigador en defensa de la Iglesia, el carlismo y los requetés en 1936
incluso en periódicos progresistas, con el valor añadido que su primera condena
por el TOP le vino por la publicación de un artículo crítico con el bombardeo
de Guernica. (Perdón por tanto silencio,
Tribuna de El País, 23 de febrero de 2001 en el que ataca el cinismo de quienes
quieren que la Iglesia pida perdón por su apoyo al alzamiento mientras
compadrean con el terrorismo etarra).
Y además de artículos valientes
contra ETA y su entorno el 25 de septiembre de 1984 escribió otro bello
artículo en el mismo diario sobre la Dinastía legítima. Reyes carlistas en Trieste.
El hecho determinante del paso del ex sacerdote Arbeloa al progresismo fue su etapa como capellán de emigrantes españoles. Se encontró con mucha injusticia social, su conciencia no pudo soportar las miserias de este mundo. Podría ser una reacción desde un punto de vista natural comprensible: nuestra voluntad y entendimiento por si mismos son débiles y para eso están los medios sobrenaturales. En el resto no se le puede reprochar nada, ha ejercido siempre con una coherencia intelectual digna de alabanza. Curioso que otro ex sacerdote como él (Urralburu) se situase al frente del PSOE de Navarra, hasta en eso tenía una importancia tan fundamental el clero en Navarra. Hoy día de todo aquello no queda nada y Navarra hace muchísimo tiempo que no es Navarra.
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