jueves, 31 de marzo de 2016

Una mujer carlista: María Rosa Urraca Pastor (I)

El papel preponderante que la mujer ha tenido siempre dentro del carlismo no es más que una extensión de ese mismo protagonismo en la historia de España. La irrupción del carlismo en defensa de una legalidad que era legítima, la sucesión semisálica agnada (tradicional en la Corona de Aragón), no suponía relegar a la mujer a un papel subalterno. Por el contrario la niña Isabel y María Cristina siempre fueron marionetas en manos de poderes sinárquicos y oscuros, manejados totalmente por varones. Y ese fue el sino del liberalismo, que en su subversión del orden natural en el ámbito político, económico y social (y posteriormente en su secuencia religiosa) también desnaturalizaba, empequeñeciendo moral y materialmente a la mujer, hasta la actual secuencia de postmodernidad líquida con su absoluto embrutecimiento y encanallamiento.

Son muchas las mujeres que jalonan la historia del carlismo. Algunas como Agustina de Aragón se confunden con la historia grande de España. Otras, como la Princesa de Beira, asumieron las más altas cotas de responsabilidad institucional, salvando la dignidad de la Corona, como también hiciese Isabel de Castilla, la Católica, al afirmar su legitimismo cuando le correspondieron los Derechos al Trono de San Fernando. En el mundo de la cultura y las letras, se puede citar a la novelista gallega Emilia Pardo Bazán, carlista en su juventud.
Emilia Pardo Bazán,  la gran escritora gallega, fue carlista gran parte de su vida

Más cercana en el tiempo tenemos un ejemplo de mujer militante y activista en María Rosa Urraca Pastor. Nacida en Madrid el primer día del siglo XX, 1 de enero de 1900, en el seno de una familia militar su vida marcaría toda una época de activismo tradicionalista femenino. Por los destinos de su padre a los pocos años se trasladó a Burgos y, más tarde, a Bilbao, donde estudió la carrera de Magisterio en la Escuela Normal, graduándose en 1923, año en el que participó en la Semana Pedagógica de Bilbao. También, según propia confesión, realizó estudios de Filosofía y Letras, siendo alumna de Unamuno y Besteiro. Destacó desde muy joven por su sensibilidad ante los problemas sociales, comenzando a escribir sobre los mismos en diversos periódicos provinciales como El Nervión, La Gaceta del Norte, El Pueblo Vasco, así como en el madrileño La Nación. Esta preocupación social llegará a ser usada por sus adversarios conservadores, que la llegarán a calificar de socialista por denunciar los excesos y males el capitalismo liberal. Como ella misma reconocería, «desde los catorce años estaba convencida de que la mujer podía servir al país fuera de casa y era ferviente admiradora de Concepción Arenal»  De esta manera surge una primera referencia intelectual de la labor social de Urraca Pastor, lugar común al de otras militantes católicas. 
 La escritora Concepción Arenal

La trascendencia de las formulaciones de Concepción Arenal fue tal que todo el debate sobre la mujer que se realizó durante el primer tercio del siglo XX tuvo la obra de esta mujer como telón de fondo. Tanto escritoras como algunos sacerdotes católicos la tuvieron como referente en sus reflexiones sobre el papel de la mujer. Arenal denunció que la desigualdad reinante entre sexos estaba relacionada con la desigualdad de oportunidades; afirmó las diferentes naturalezas de los dos sexos y, por lo tanto, la distinción entre deberes y responsabilidades en función del género. Consideró a la mujer superior moralmente y defendió la notable influencia que estas, desde el ámbito doméstico y como madres, hijas y esposas, debían ejercer en la sociedad. A la mujer, por lo tanto, le resultaba necesario ejercitar virtudes sociales tanto por su propio bien como por el de la sociedad; por ello —rechazando el modelo decimonónico de «ángel del hogar»— se le debía reconocer su derecho a la educación y su derecho al trabajo.

Las principales líderes femeninas católicas realizaron una lectura cristiana de toda la obra de esta escritora, defendiendo la igualdad de sexos inherente en principios religiosos como la paridad ante el matrimonio («compañera te doy que no sierva») y su origen divino, ya que —al igual que el hombre— la mujer había sido creada por Dios y dotada de alma.
El padre Graciano Martínez

Una segunda referencia del pensamiento de Urraca Pastor fue la obra del padre Graciano Martínez (1868-1925), autor de El libro de la mujer española. Hacia un feminismo casi dogmático, publicado en 1921. Su pensamiento sobre la mujer se basó en el reconocimiento de su categoría como persona y su compaginación con la función de madre. La reflexión de este agustino fue un intento por debatir todos los pormenores de la cuestión femenina y por actualizar el pensamiento de la Iglesia española respecto al valor del feminismo y de la necesidad de asumir y dirigir acciones de defensa de los derechos de las mujeres. 

El 24 de marzo de 1919, en sesión celebrada en el palacio episcopal de Madrid, se creó la Acción Católica de la Mujer, con alcance nacional. En aquel momento, la asociación contaba con 300 socias, pero su crecimiento durante las décadas siguientes fue constante. Se constituyó con carácter nacional pero también federativo, buscando la adhesión de todas las asociaciones católicas femeninas existentes o que en adelante se fundasen, sin merma de sus particulares autonomías, pero con la obligación de contribuir a la obra común con medios adecuados a las necesidades de los tiempos, la primera de las cuales era el conocimiento del problema social y de las relaciones de los diversos elementos de la producción en los que intervenía la mujer, unas veces encargando el trabajo y otras realizándolo como obrera. Acción Católica de la Mujer tuvo por objetivo claro la defensa de los intereses femeninos en toda su amplitud y el ejercicio de la acción social de la mujer en toda su extensión. Meta excesivamente amplia que, sin embargo, fue recortada al separarse, más adelante, la acción propiamente social de la acción apostólica.

Urraca Pastor ingresó en ACM de Vizcaya, donde pronto se destacó como una enérgica y entregada propagandista. Era maestra, y fue profesora ayudante de la Escuela Normal de Bilbao, considerada la «Universidad femenina» de la ciudad, la alternativa más legitimada socialmente y más prestigiosa para una mujer joven y de clase media . De esta manera, frente al antiguo arquetipo de activista católica —madre, viuda y rica—, Urraca Pastor fue, junto a otras compañeras, bandera de un nuevo modelo: soltera, culta y joven, consciente de sus deberes naturales respecto a la Iglesia, la Familia y la Patria, pero también de su autonomía personal y de sus derechos. Siguiendo las indicaciones de la I Asamblea, denunció la inexistencia en Bilbao de sindicatos de obreras católicas, semejantes a los que había en Madrid, Cataluña, Asturias, Valencia, Andalucía y otras regiones. Abogó por la mejora de las condiciones de las obreras, especialmente de aquellas ligadas al sector textil, y por la igualdad de salarios . Directora, desde su fundación en 1925, del Boletín de la ACM de Vizcaya, escribió en el mismo diversos artículos al respecto:

«Y este trabajo que en oficinas, aulas, y toda clase de profesiones liberales, es nuevo, pues ha nacido en nuestro siglo, y constituye el mayor avance feminista, no puede calificarse de tal en la obrera que, en fábricas, talleres, almacenes, trabaja en iguales condiciones que el hombre, en cuanto a esfuerzo que se le exige, pero muy inferiores en cuanto al salario que se le paga».
La joven María Rosa Urraca Pastor

Como otras impulsoras de un feminismo social católico, Urraca Pastor potenció el trabajo asalariado y la profesionalización de las mujeres, no porque compartiera el ideal de liberación individual a partir de la independencia económica para la mujer, sino porque el trabajo era el bien que garantizaba el acceso a los medios de vida. La condición asalariada, entonces, era la única que permitía a la mayoría de las mujeres llevar una vida digna y honrada y, en muchas ocasiones, sacar adelante a sus familias. En 1922 se celebró en la capital de España la II Asamblea de ACM, donde se exigió la semana inglesa para las mujeres, así como la posibilidad de abandonar el trabajo una hora y media antes que los hombres, para poder atender con eficacia el hogar. También se acordó solicitar el establecimiento de un seguro de maternidad, el cual se haría realidad ocho años más tarde. María de Echarri presentó una ponencia sobre los problemas de las trabajadoras a domicilio; problema sangrante porque las mujeres eran explotadas sin ninguna protección legal. Cada día resultaba más urgente la mejora laboral bajo el amparo de la legislación, pero sin olvidar su singularidad. Como escribió Urraca Pastor, había que considerar a la obrera, ante todo y sobre todo, como mujer y en tal sentido debían estar inspiradas las leyes protectoras de su trabajo.

Siguiendo la estela de Concepción Arenal o del padre Graciano Martínez, Urraca Pastor defendió el establecimiento de leyes protectoras del trabajo femenino y la división del trabajo de hombres y mujeres en Vizcaya. Los tiempos en que se cuestionaba la incorporación de la mujer al trabajo asalariado habían sido superados. De esta manera, escribió en su artículo «Feminismo»:

«Mujer que gusta de los quehaceres domésticos sin hacerse esclava de ellos…Mujer que habiendo sido preparada para una de las más altas misiones, como es la maternidad, lo está también para aquella otra que a mi ver la iguala pero que es más personal y más altruista: la humanidad» .

En Acción Católica, María Rosa también conoció a numerosas tradicionalistas —lo cual sería importante en su futuro— como María Ortega de Pradera, esposa de Víctor Pradera, presidenta de la Junta Diocesana de ACM de San Sebastián. Debe tenerse en cuenta que a estas organizaciones católicas femeninas confluyeron numerosas esposas e hijas de familias carlistas, al tener las nacionalistas vascas sus propias organizaciones separadamente, no integradas en la ACM. Las asociaciones católicas femeninas vascas y catalanas, no vinculadas a posiciones políticas nacionalistas, se integraron en ACM, pero conservaron su identidad y carácter propio, lo que permitió—durante la II República— establecer sobre su base las secciones femeninas de la Lliga y de la Comunión Tradicionalista .
La Acción Católica de la Mujer

Los años veinte también fueron los de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Precisamente, el general reclamó el apoyo del movimiento católico para—a través de su apostolado social— conseguir la regeneración de España y la salvación de la Patria. El boletín de la ACM saludó con entusiasmo la llegada del régimen, en el convencimiento de que iba a ser favorable a las propuestas del catolicismo social, aunque posteriormente se quejó de que en los comités paritarios y en la organización corporativa, la dictadura favoreciera la presencia de sindicalistas socialistas en detrimento de los sindicatos católicos, de tal forma que en algunos casos aquellos ocuparon todos los puestos. Primo de Rivera intentó redefinir el papel de la mujer en la vida política y realizó un llamamiento para que participaran en los cauces que le ofrecía el nuevo régimen. Numerosas activistas católicas y feministas se mostraron muy receptivas a su discurso que redefinía el apostolado social desde una perspectiva nacional. María Rosa Urraca Pastor promovió campañas reformistas de la condición obrera, dirigió las escuelas bilbaínas del Ave María  y desempeñó, entre 1929 y 1932, el cargo de inspectora de trabajo en Vizcaya. Su misión, desarrollada con estricto celo y autoridad, consistió fundamentalmente en comprobar el cumplimiento de las leyes en los espacios laborales femeninos. Según afirmaría años más tarde, cuando enviaba un informe negativo a sus superiores se sentía escuchada como un varón, de tal manera que no sintió discriminación alguna al denunciar la indigna situación de numerosas obreras, las cuales ganaban un tercio de los sueldos masculinos y no tenían oportunidad de ascenso ni de promoción alguna. Por ello:

«…el general Primo de Rivera pulsó muchos intentos de avance, que nunca se han elogiado lo suficiente. Quiso imponer los descansos pagados para las embarazadas, las cajas de compensación familiar, parecidas a lo de los puntos de hoy. Todo ello estuvo ya en estudio y ensayo, y se hicieron muchos informes en los que tomé parte, pero cuando vino la República, todo quedó en suspenso».

Formó parte del Patronato de Previsión Social de Vizcaya y del Nacional de Recuperación de Inválidos para el Trabajo. Acudió como comisionada a Barcelona para estudiar las instituciones sociales y benéficas de la Caja de Pensiones para la Vejez que fundó Rafael Moragas. Pudo comprobar personalmente que los salarios femeninos eran mejores y, al regresar a Bilbao, publicó varios artículos en El Nervión, comparando la situación de las obreras catalanas y vascas. Urraca Pastor participó en el Congreso Femenino Hispanoamerican de Sevilla, que ACM organizó con ocasión de la celebración de la Exposición Internacional, en mayo de 1929. Por esas fechas, la ACM contaba con 118.000 socias activas y 235.000 adheridas y ascendía a 654 el número de juntas locales y delegaciones. Ella, al ser joven, maestra y activista, reunió las características para formar parte, junto a otras muchas como ella, del grupo de militantes más preciadas para intentar restaurar la hegemonía cultural del catolicismo, objetivo que, según Rebeca Arce, también se plantearon las organizaciones femeninas —durante esos años aparentemente triunfales— de Acción Católica .
María Rosa Urraca Pastor participando en un mitin de Comunión Tradicionalista en el Frontón Vitoriano. 16 de abril de 1933 

Su ingreso en el carlismo

La llegada de la Segunda República motivó un gran cambio en la vida de Urraca Pastor: su participación en ACM descendió ante el alcance insospechado de su salto a la escena política, iniciando una carrera en ese campo que fue ciertamente breve, pues persistió el tiempo de vida del régimen republicano, pero fue tan intensa como el tiempo que vivió. Antes de la llegada de la República, para los dirigentes masculinos de Acción Católica, la participación de las mujeres en la esfera pública debía ser solo una salida temporal. Un deber, no un derecho; consejo que siguieron muchas militantes de ACM. Sin embargo, la llegada del nuevo régimen hizo que las antiguas reticencias desaparecieran, los obstáculos se allanaran para que cumplieran con su deber y se favoreciese la movilización femenina ante las extraordinarias circunstancias que se vivían. Ante las elecciones del 12 de abril de 1931, Urraca Pastor participó en varios mítines y actos a favor de las candidaturas monárquicas alfonsinas en Vizcaya. Sin embargo, como a numerosas militantes católicas, los incendios de mayo, la expulsión del obispo de Vitoria y del cardenal Segura, los artículos anticlericales de la Constitución y la nueva política antirreligiosa de los aliados del 14 de abril, motivaron su salto al carlismo activo. Ella no provenía de familia legitimista, pero su padre —según confesión propia— la educó en el amor a la religión, a la institución monárquica y a la patria. Y sólo en el carlismo pudo encontrar la integridad de esos principios. Los tradicionalistas la atrajeron por su valentía y decisión, por su carácter social, «después, vi que mis ideales estaban allí. Me encontré allí. Hay mucha solera en el carlismo». 

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