El papel preponderante que la mujer ha
tenido siempre dentro del carlismo no es más que una extensión de ese mismo
protagonismo en la historia de España. La irrupción del carlismo en defensa de
una legalidad que era legítima, la sucesión semisálica agnada (tradicional en
la Corona de Aragón), no suponía relegar a la mujer a un papel subalterno. Por
el contrario la niña Isabel y María Cristina siempre fueron marionetas en manos
de poderes sinárquicos y oscuros, manejados totalmente por varones. Y ese fue el
sino del liberalismo, que en su subversión del orden natural en el ámbito
político, económico y social (y posteriormente en su secuencia religiosa)
también desnaturalizaba, empequeñeciendo moral y materialmente a la mujer,
hasta la actual secuencia de postmodernidad líquida con su absoluto
embrutecimiento y encanallamiento.
Son muchas las mujeres que jalonan la
historia del carlismo. Algunas como Agustina de Aragón se confunden con la
historia grande de España. Otras, como la Princesa de Beira, asumieron las más
altas cotas de responsabilidad institucional, salvando la dignidad de la
Corona, como también hiciese Isabel de Castilla, la Católica, al afirmar su
legitimismo cuando le correspondieron los Derechos al Trono de San Fernando. En el mundo de la cultura y las letras, se puede citar a la novelista gallega Emilia Pardo Bazán, carlista en su juventud.
Emilia Pardo Bazán, la gran escritora gallega, fue carlista gran parte de su vida
Más cercana en el tiempo tenemos un
ejemplo de mujer militante y activista en María Rosa Urraca Pastor. Nacida en
Madrid el primer día del siglo XX, 1 de enero de 1900, en el seno de una
familia militar su vida marcaría toda una época de activismo tradicionalista
femenino. Por los destinos de su padre a los pocos años se trasladó a Burgos y,
más tarde, a Bilbao, donde estudió la carrera de Magisterio en la Escuela
Normal, graduándose en 1923, año en el que participó en la Semana Pedagógica de
Bilbao. También, según propia confesión, realizó estudios de Filosofía y
Letras, siendo alumna de Unamuno y Besteiro. Destacó desde muy joven por su
sensibilidad ante los problemas sociales, comenzando a escribir sobre los
mismos en diversos periódicos provinciales como El Nervión, La Gaceta del
Norte, El Pueblo Vasco, así como en el madrileño La Nación. Esta preocupación
social llegará a ser usada por sus adversarios conservadores, que la llegarán a
calificar de socialista por denunciar los excesos y males el capitalismo
liberal. Como ella misma reconocería, «desde los catorce años estaba convencida
de que la mujer podía servir al país fuera de casa y era ferviente admiradora
de Concepción Arenal» De esta manera surge una primera referencia intelectual
de la labor social de Urraca Pastor, lugar común al de otras militantes
católicas.
La escritora Concepción Arenal
La trascendencia de las formulaciones de
Concepción Arenal fue tal que todo el debate sobre la mujer que se realizó
durante el primer tercio del siglo XX tuvo la obra de esta mujer como telón de
fondo. Tanto escritoras como algunos sacerdotes católicos la tuvieron como
referente en sus reflexiones sobre el papel de la mujer. Arenal denunció que la
desigualdad reinante entre sexos estaba relacionada con la desigualdad de
oportunidades; afirmó las diferentes naturalezas de los dos sexos y, por lo
tanto, la distinción entre deberes y responsabilidades en función del género.
Consideró a la mujer superior moralmente y defendió la notable influencia que
estas, desde el ámbito doméstico y como madres, hijas y esposas, debían ejercer
en la sociedad. A la mujer, por lo tanto, le resultaba necesario ejercitar
virtudes sociales tanto por su propio bien como por el de la sociedad; por ello
—rechazando el modelo decimonónico de «ángel del hogar»— se le debía reconocer
su derecho a la educación y su derecho al trabajo.
Las principales líderes femeninas
católicas realizaron una lectura cristiana de toda la obra de esta escritora,
defendiendo la igualdad de sexos inherente en principios religiosos como la
paridad ante el matrimonio («compañera te doy que no sierva») y su origen
divino, ya que —al igual que el hombre— la mujer había sido creada por Dios y
dotada de alma.
El padre Graciano Martínez
Una segunda referencia del pensamiento
de Urraca Pastor fue la obra del padre Graciano Martínez (1868-1925), autor de
El libro de la mujer española. Hacia un feminismo casi dogmático, publicado en
1921. Su pensamiento sobre la mujer se basó en el reconocimiento de su
categoría como persona y su compaginación con la función de madre. La reflexión
de este agustino fue un intento por debatir todos los pormenores de la cuestión
femenina y por actualizar el pensamiento de la Iglesia española respecto al
valor del feminismo y de la necesidad de asumir y dirigir acciones de defensa
de los derechos de las mujeres.
El 24 de marzo de 1919, en sesión
celebrada en el palacio episcopal de Madrid, se creó la Acción Católica de la
Mujer, con alcance nacional. En aquel momento, la asociación contaba con 300
socias, pero su crecimiento durante las décadas siguientes fue constante. Se
constituyó con carácter nacional pero también federativo, buscando la adhesión
de todas las asociaciones católicas femeninas existentes o que en adelante se
fundasen, sin merma de sus particulares autonomías, pero con la obligación de
contribuir a la obra común con medios adecuados a las necesidades de los
tiempos, la primera de las cuales era el conocimiento del problema social y de
las relaciones de los diversos elementos de la producción en los que intervenía
la mujer, unas veces encargando el trabajo y otras realizándolo como obrera.
Acción Católica de la Mujer tuvo por objetivo claro la defensa de los intereses
femeninos en toda su amplitud y el ejercicio de la acción social de la mujer en
toda su extensión. Meta excesivamente amplia que, sin embargo, fue recortada al
separarse, más adelante, la acción propiamente social de la acción apostólica.
Urraca Pastor ingresó en ACM de Vizcaya,
donde pronto se destacó como una enérgica y entregada propagandista. Era
maestra, y fue profesora ayudante de la Escuela Normal de Bilbao, considerada
la «Universidad femenina» de la ciudad, la alternativa más legitimada
socialmente y más prestigiosa para una mujer joven y de clase media . De esta
manera, frente al antiguo arquetipo de activista católica —madre, viuda y
rica—, Urraca Pastor fue, junto a otras compañeras, bandera de un nuevo modelo:
soltera, culta y joven, consciente de sus deberes naturales respecto a la
Iglesia, la Familia y la Patria, pero también de su autonomía personal y de sus
derechos. Siguiendo las indicaciones de la I Asamblea, denunció la inexistencia
en Bilbao de sindicatos de obreras católicas, semejantes a los que había en
Madrid, Cataluña, Asturias, Valencia, Andalucía y otras regiones. Abogó por la
mejora de las condiciones de las obreras, especialmente de aquellas ligadas al
sector textil, y por la igualdad de salarios . Directora, desde su fundación en
1925, del Boletín de la ACM de Vizcaya, escribió en el mismo diversos artículos
al respecto:
«Y este trabajo que en oficinas, aulas,
y toda clase de profesiones liberales, es nuevo, pues ha nacido en nuestro
siglo, y constituye el mayor avance feminista, no puede calificarse de tal en
la obrera que, en fábricas, talleres, almacenes, trabaja en iguales condiciones
que el hombre, en cuanto a esfuerzo que se le exige, pero muy inferiores en
cuanto al salario que se le paga».
La joven María Rosa Urraca Pastor
Como otras impulsoras de un feminismo
social católico, Urraca Pastor potenció el trabajo asalariado y la
profesionalización de las mujeres, no porque compartiera el ideal de liberación
individual a partir de la independencia económica para la mujer, sino porque el
trabajo era el bien que garantizaba el acceso a los medios de vida. La
condición asalariada, entonces, era la única que permitía a la mayoría de las
mujeres llevar una vida digna y honrada y, en muchas ocasiones, sacar adelante
a sus familias. En 1922 se celebró en la capital de España la II Asamblea de
ACM, donde se exigió la semana inglesa para las mujeres, así como la
posibilidad de abandonar el trabajo una hora y media antes que los hombres,
para poder atender con eficacia el hogar. También se acordó solicitar el
establecimiento de un seguro de maternidad, el cual se haría realidad ocho años
más tarde. María de Echarri presentó una ponencia sobre los problemas de las
trabajadoras a domicilio; problema sangrante porque las mujeres eran explotadas
sin ninguna protección legal. Cada día resultaba más urgente la mejora laboral
bajo el amparo de la legislación, pero sin olvidar su singularidad. Como
escribió Urraca Pastor, había que considerar a la obrera, ante todo y sobre
todo, como mujer y en tal sentido debían estar inspiradas las leyes protectoras
de su trabajo.
Siguiendo la estela de Concepción Arenal
o del padre Graciano Martínez, Urraca Pastor defendió el establecimiento de
leyes protectoras del trabajo femenino y la división del trabajo de hombres y
mujeres en Vizcaya. Los tiempos en que se cuestionaba la incorporación de la
mujer al trabajo asalariado habían sido superados. De esta manera, escribió en
su artículo «Feminismo»:
«Mujer que gusta de los quehaceres
domésticos sin hacerse esclava de ellos…Mujer que habiendo sido preparada para
una de las más altas misiones, como es la maternidad, lo está también para
aquella otra que a mi ver la iguala pero que es más personal y más altruista:
la humanidad» .
En Acción Católica, María Rosa también
conoció a numerosas tradicionalistas —lo cual sería importante en su futuro—
como María Ortega de Pradera, esposa de Víctor Pradera, presidenta de la Junta
Diocesana de ACM de San Sebastián. Debe tenerse en cuenta que a estas
organizaciones católicas femeninas confluyeron numerosas esposas e hijas de
familias carlistas, al tener las nacionalistas vascas sus propias
organizaciones separadamente, no integradas en la ACM. Las asociaciones
católicas femeninas vascas y catalanas, no vinculadas a posiciones políticas
nacionalistas, se integraron en ACM, pero conservaron su identidad y carácter
propio, lo que permitió—durante la II República— establecer sobre su base las
secciones femeninas de la Lliga y de la Comunión Tradicionalista .
La Acción Católica de la Mujer
Los años veinte también fueron los de la
dictadura de Miguel Primo de Rivera. Precisamente, el general reclamó el apoyo
del movimiento católico para—a través de su apostolado social— conseguir la regeneración
de España y la salvación de la Patria. El boletín de la ACM saludó con
entusiasmo la llegada del régimen, en el convencimiento de que iba a ser
favorable a las propuestas del catolicismo social, aunque posteriormente se
quejó de que en los comités paritarios y en la organización corporativa, la
dictadura favoreciera la presencia de sindicalistas socialistas en detrimento
de los sindicatos católicos, de tal forma que en algunos casos aquellos
ocuparon todos los puestos. Primo de Rivera intentó redefinir el papel de la
mujer en la vida política y realizó un llamamiento para que participaran en los
cauces que le ofrecía el nuevo régimen. Numerosas activistas católicas y
feministas se mostraron muy receptivas a su discurso que redefinía el apostolado
social desde una perspectiva nacional. María Rosa Urraca Pastor promovió
campañas reformistas de la condición obrera, dirigió las escuelas bilbaínas del
Ave María y desempeñó, entre 1929 y 1932, el cargo de inspectora de trabajo en
Vizcaya. Su misión, desarrollada con estricto celo y autoridad, consistió
fundamentalmente en comprobar el cumplimiento de las leyes en los espacios
laborales femeninos. Según afirmaría años más tarde, cuando enviaba un informe
negativo a sus superiores se sentía escuchada como un varón, de tal manera que
no sintió discriminación alguna al denunciar la indigna situación de numerosas
obreras, las cuales ganaban un tercio de los sueldos masculinos y no tenían
oportunidad de ascenso ni de promoción alguna. Por ello:
«…el general Primo de Rivera pulsó
muchos intentos de avance, que nunca se han elogiado lo suficiente. Quiso
imponer los descansos pagados para las embarazadas, las cajas de compensación
familiar, parecidas a lo de los puntos de hoy. Todo ello estuvo ya en estudio y
ensayo, y se hicieron muchos informes en los que tomé parte, pero cuando vino
la República, todo quedó en suspenso».
Formó parte del Patronato de Previsión
Social de Vizcaya y del Nacional de Recuperación de Inválidos para el Trabajo.
Acudió como comisionada a Barcelona para estudiar las instituciones sociales y
benéficas de la Caja de Pensiones para la Vejez que fundó Rafael Moragas. Pudo
comprobar personalmente que los salarios femeninos eran mejores y, al regresar
a Bilbao, publicó varios artículos en El Nervión, comparando la situación de
las obreras catalanas y vascas. Urraca Pastor participó en el Congreso Femenino
Hispanoamerican de Sevilla, que ACM organizó con ocasión de la celebración de
la Exposición Internacional, en mayo de 1929. Por esas fechas, la ACM contaba
con 118.000 socias activas y 235.000 adheridas y ascendía a 654 el número de
juntas locales y delegaciones. Ella, al ser joven, maestra y activista, reunió
las características para formar parte, junto a otras muchas como ella, del
grupo de militantes más preciadas para intentar restaurar la hegemonía cultural
del catolicismo, objetivo que, según Rebeca Arce, también se plantearon las
organizaciones femeninas —durante esos años aparentemente triunfales— de Acción
Católica .
María
Rosa Urraca Pastor participando en un mitin de Comunión Tradicionalista en el
Frontón Vitoriano. 16 de abril de 1933
Su ingreso en el carlismo
La llegada de la Segunda República
motivó un gran cambio en la vida de Urraca Pastor: su participación en ACM
descendió ante el alcance insospechado de su salto a la escena política,
iniciando una carrera en ese campo que fue ciertamente breve, pues persistió el
tiempo de vida del régimen republicano, pero fue tan intensa como el tiempo que
vivió. Antes de la llegada de la República, para los dirigentes masculinos de
Acción Católica, la participación de las mujeres en la esfera pública debía ser
solo una salida temporal. Un deber, no un derecho; consejo que siguieron muchas
militantes de ACM. Sin embargo, la llegada del nuevo régimen hizo que las
antiguas reticencias desaparecieran, los obstáculos se allanaran para que
cumplieran con su deber y se favoreciese la movilización femenina ante las
extraordinarias circunstancias que se vivían. Ante las elecciones del 12 de
abril de 1931, Urraca Pastor participó en varios mítines y actos a favor de las
candidaturas monárquicas alfonsinas en Vizcaya. Sin embargo, como a numerosas
militantes católicas, los incendios de mayo, la expulsión del obispo de Vitoria
y del cardenal Segura, los artículos anticlericales de la Constitución y la
nueva política antirreligiosa de los aliados del 14 de abril, motivaron su salto
al carlismo activo. Ella no provenía de familia legitimista, pero su padre
—según confesión propia— la educó en el amor a la religión, a la institución
monárquica y a la patria. Y sólo en el carlismo pudo encontrar la integridad de
esos principios. Los tradicionalistas la atrajeron por su valentía y decisión,
por su carácter social, «después, vi que mis ideales estaban allí. Me encontré
allí. Hay mucha solera en el carlismo».
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